ARCHIVANDO RECUERDOS
Mi mamá es una de esas personas que guardan TOODO lo que llega a sus manos porque “a lo mejor lo van a necesitar algún día” y yo siguiendo su ejemplo desde que tengo recuerdos me he dedicado a conservar cuanta cartita, recadito, poema, florecita y postal que ha llegado a mis manos. El sábado pasado, estando en la casa de mis papás, me encontré con una caja un poco maltratada por eso de la humedad y esas cosas, forrada con un papel más que cursi y ridículamente bien cerrada. Ahí estaban, todos mis recuerdos olvidados por años en una caja apestosa que dejaba mucho que desear. Como parte de esta nueva etapa de mi vida en la que me quiero sentir una mujer fresca y renovada a cada segundo, decidí poner orden al pasado, así que más rápida que veloz corrí a comprar una carpeta y unos protectores de esos de oficinista para poner orden en el asunto.
No saben, toda una experiencia, jajaja casi lloro de risa cuando entre los papeles encontré un cuento que escribí cuando tenía como 8 años; “la coneja gorda” en el que narraba cómo una coneja que tenía algo así como una adicción por las “halbóndigas” termina salvando al resto de los conejos de el diluvio universal. No sólo eso, había varios recaditos de mis hermanas en los que me pedían perdón por cualquiera que fuera la pelea, poniendo al final de la carta un SI y NO para que yo señalara ahí si las había perdonado o no.
Tardé alrededor de tres horas en terminar de acomodarlo todo en la carpeta, y me sentí tan bien, el recordar esos días de juego, amores de secundaria, chismógrafos y cartas que nunca entregue me hicieron recordar que al final de la vida eso es lo único que te llevas, tus recuerdo, y que la mayoría de las veces, o al menos en mi caso, los recuerdos que se quedan por siempre son lo que terminan con una sonrisa, un suspiro, un abrazo o un beso.