Y VIVIERON FELICES Y COMIERON PERDICES…
¿Quién imaginó que un niño de 5 años entendería el concepto de perdiz?, o mejor aún ¿quién creyó que los pequeños asociarían ese concepto con algo satisfactorio? No sería más claro decir “y vivieron felices y se atascaron de dulces”, en ese caso no importaría que a Blanca Nieves le diera un coma diabético después, porque a los niños les quedaría muy claro que el cuento tuvo un final feliz.
Ese es el problema de los cuentos de hadas, y es que eso de “vivieron felices” también es muy ambiguo. Nunca nos contaron qué fue lo que paso cuando el Príncipe Felipe descubrió que la Bella Durmiente roncaba como león, o qué ocurrió cuando la Bella y la Bestia descubrieron que no podían tener hijos por culpa de los efectos secundarios que dejó el maleficio sobre la Bestia. Y mientras tanto, miles de mujeres en el mundo seguimos esperando que aparezca nuestro Príncipe Azul, montado en su blanco corcel, y nos rescate de las garras de la cotidianeidad.
El asunto es que entre Disney y Hollywood, nos han convencido de que los romances telenoveleros ¡pueden suceder!, que en cualquier momento podría llegar Richard Gere para invitarnos a pasar un otoño el Nueva York, si no es que antes Jerry Maguire aparece en la sala de nuestras casas para decirnos “you complete me”. La cuestión es que mientras nosotras nos sentamos a esperar que suceda, los príncipes de carne y hueso nos decepcionan una y otra vez, y por increíble que parezca, entre más nos decepcionamos de ellos, más nos convencemos de la existencia de los príncipes de fantasía, que en cualquier momento podrían aparecer.
Niñas, les tengo una noticia; ¡ustedes tampoco son princesas! Y les pueden salir raíces esperando la llegada de su príncipe encantado. Y no lo digo con el afán de ofender a nadie, el no ser personajes de un cuento de hadas es lo que vuelve mágico todo ese asunto del amor, si no todo sería muy fácil. El aprender a lidiar con las diferencias, los suegros, la rutina y todas esas nimiedades que llenan nuestra pequeña existencia es lo que le da valor. Porque no concibo algo más mágico que dos personas conviviendo y aprendiendo a vivir con el otro sin querer darle un golpe o arrancarle la cabeza.